Ha pasado poco a poco, lo hemos ido viendo evolucionar, crecer, como si fuera un hijo nuestro, de todos, mimado, consentido, maleducado. Y se ha ido haciendo fuerte, ha ido ganando parcelas, hasta que se ha vuelto contra nosotros, de una manera tiránica y ahora nos tiene amedrentados. Porque nos amenaza, nos golpea y nos castiga.
Y así andamos, por las esquinas, esquivándolos, eludiendo el enfrentamiento con ellos porque nos sabemos menos y menos violentos, y sabemos que ellos no tienen miramientos. Se han hecho con la ciudad y la han sometido a sus deseos, han conquistado las calles y se han hecho con los cuartos de estar urbanos hasta tal punto que nos hemos acostumbrado a prescindir de estos espacios y vivir arrinconados.
Lo que pasa es que son nuestros hijos malcriados y no podemos evitar quererles algo, aunque nos estén haciendo la vida imposible, aunque nos estén dejando sin dinero, sin recursos, aunque nos estén haciendo el aire irrespirable. Asfixiados pero conformes, somos unos miserables prisioneros de unas criaturas que hemos estado alimentando durante muchos años, demasiados. Y ya llevamos perdido mucho tiempo, mucho dinero y una buena parte de nuestra salud en ello.
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