Nos estamos haciendo mayores. Me doy cuenta porque empezamos a contar cosas de nuestra juventud y eso es un signo inconfundible de envejecimiento. Prefiero eso a no asumir la edad que se tiene o a intentar negar el paso inexorable del tiempo. Estos días hemos tenido dosis extra de comunicaciones con la siguiente generación, algo que sirve para tomar conciencia de la distancia que nos empieza a separar. Es precisamente de la distancia de lo que hemos estado hablando en todas ellas.
La gente joven de mi generación vivía mayoritariamente en las inmediaciones, en el barrio. Hoy en día no, o, al menos, no tanto. Entonces vivíamos, estudiábamos, salíamos y hacíamos las compras y las actividades en un radio de 2 kilómetros, normalmente a pie o en bici. No hacía falta más. No dependíamos de nadie que nos trajera y nos llevara. Eramos más independientes y más autosuficientes. Y además conocíamos perfectamente nuestro entorno, sus rincones, sus vericuetos, sus gentes, sus oportunidades y sus amenazas. Sabíamos perfectamente qué se podía hacer y qué no, quiénes eran las amistades seguras y cuáles eran las peligrosas.
Hoy en día, los jóvenes, niños y adolescentes, se encuentran mucho más desplazados. Los mayores también, pero esos me importan menos. Los jóvenes dependen mucho más del transporte, porque ahora hay que trasladarse para todo: para estudiar, para salir, para comprar y para hacer cualquier actividad. Y, en muchos casos, eso no lo pueden hacer por sus propios medios, y necesitan a otros que les transporten de manera segura, varias veces al día, muchas veces a la semana. Transporte colectivo y automóviles particulares juegan en este escenario un papel esencial. Es el mundo de la movilidad, de la hipermovilidad. Y sin embargo parece que nadie añora lo anterior porque estaría trasnochado, desfasado, sería un aldeano, y eso sí que no.
El homenaje de hoy va dirigido a todas aquellas personas que se han dado cuenta de que esto de moverse para todo y aumentar las distancias no genera más que ansiedad, lejanía, diferimiento, desubicación e impersonalización. Me encanta la gente que compra con carritos de la compra o, como algunos majaretas, con "la bici de la compra" y que conoce al tendero, a la vecina y al barrendero por su nombre. Llamarme pueblerino, me lo merezco. A mucha honra.
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No hay duda de que no hemos avanzado mucho en términos de progreso genuino y duradero.
ResponderEliminarSi nos damos cuenta, la única diferencia entre nuestra niñez y la de los de ahora es la ocupación de nuestras ciudades por los automóviles.
Gran reto el de compatibilizar coches con personas.
Ay... ¡la vida de barrio!
ResponderEliminarES que lo de no hacer vida de barrio tiene poco sentido incluso desde el punto de vista económico. A medida que los precios de los combustibles aumentan,cada vez cuesta más desplazarse... perdón por la obviedad pero es que no parece tenerse en cuenta por parte de tanta gente.
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