lunes, 31 de marzo de 2014

Se perjudica con el ejemplo

Que nuestros políticos viven de espaldas a la realidad que les circunda es algo generalizado. Con excepciones loables y ejemplaridades singulares, la mayoría de los elegidos en las distintas clases políticas todavía no han acabado de enterarse de que se deben a los ciudadanos y no sólo a los que les han votado, y que deben trabajar por demostrar que son acreedores de tan digna misión.

Lo que pasa es que todavía vivimos en la pubertad democrática, pese a que llevamos ya más de 30 años en ello, y no nos acabamos de enterar bien en qué consiste la política, la representatividad, los partidos, los cargos públicos y la responsabilidad que todo ello conlleva, por no hablar de la participación. Por eso nos parecen normales los desplantes, los mutis por el foro, el apoltronamiento, la relajación, la chulería y la indignidad de la mayoría de los que dicen representar a la ciudadanía.

En términos de movilidad pasa lo mismo. Esos que se llenan la boca reclamando derechos de los ciclistas, necesidades peatonales, defensa del transporte público y apologizan sobre la movilidad sostenible, luego se olvidan de todo lo que eso significa cuando tienen que ejercer las obligaciones propias de su cargo, para desplazarse en sus coches, oficiales o no, a la sede de la institución donde desempeñan su labor política, sean Ayuntamientos o Parlamentos.

En Pamplona, la semana pasada denunciaron a unos cuantos concejales por hacer abuso del permiso que el Ayuntamiento les concede para aparcar sus coches ocasionalmente en zonas restringidas para hacer sus mandados. La actuación de la Policía Municipal ha generado mucho revuelo mediático y mucho comentario privado, que ha hecho declararse hasta al Jefe del citado cuerpo para decir que "las denuncias a coches de ediles son ilegales".

El lugar de los hechos (Foto: Diario de Navarra)

Que nuestros políticos, personas ocupadas y estresadas donde las haya, con agendas realmente atiborradas de tareas, actos y trabajo, cuya ubicuidad les obliga a hacer multiplicidad de viajes relámpago utilicen sus coches para hacer viajes puerta a puerta puede estar justificado en ciudades que siguen vendiendo su automovilismo entre propios y extraños. Que hagan abuso de sus prebendas es algo que se ha asumido por todos. Ahora bien, que trate de mantenerse esto ante la denuncia pública es absolutamente inadmisible y que se utilice al Jefe de la Policía Municipal para cargar contra sus propios agentes por su celo en el trabajo, una vergüenza.

Pero lo peor de todo es que los propios políticos encausados, dos del gobierno y dos de la oposición más encarnizada, no hayan hecho acto público de contrición y se hayan disculpado aunque sea simbólicamente ante la población. Que los políticos de la oposición pagaran las multas para retirar sus vehículos y las del gobierno no lo hicieran solo da una idea de hasta dónde llega el descaro.

Estamos en manos de unos cuantos desalmados.

domingo, 30 de marzo de 2014

La hora de la insumisión

Ya está. El Gobierno, el Congreso y el Senado han conseguido aprobar el nuevo Reglamento de Circulación después de un desesperante proceso de gestación en el que ha dado tiempo para tergiversarlo todo y hacer un ejercicio espectacular de demagogia, seguidismo y desinformación por parte de una Dirección General de Tráfico más preocupada en desandar el prometedor camino iniciado por el anterior equipo de gobierno que en cualquier otra cosa.

Una ley, un aborto

En ese proceso, la sociedad civil de una manera más o menos organizada, denunció la obligatoriedad del uso del casco en entorno urbano como una medida que tiene unas consecuencias mucho más efectivas a la hora de disuadir del uso de la bicicleta y hacerla incómoda e inconveniente, que en lo que a la seguridad respecta. La denuncia la presentó en sus respectivos Ayuntamientos, consiguiendo un respaldo municipal realmente inusitado y totalmente representativo de aquellas ciudades en las que se había apostado de una manera decidida por la bicicleta, aunque sea como elemento propagandístico.



Esta declaración exclusivamente "anti obligatoriedad del casco" no recogía sin embargo otros puntos más cruciales que repercutían en la inseguridad ciclista a los que hacía referencia el borrador de lo que ahora es Ley, sobre todo lo tocante a la forma de circular de los ciclistas en la calzada, por no hacer mención de los que no se recogían pero que eran y son igual de transcendentales como son las normas y criterios de construcción de vías ciclistas y la obligatoriedad de su uso.

Sea como fuere, después de mucho alboroto y una declaración firmada por un buen montón de ayuntamientos en contra de lo que se estaba proponiendo, después de abortar un grupo de trabajo exclusivo para el asunto ciclista y de desoir los consejos de la Mesa de la Bicicleta, de la European Cyclists Federation y de la madre que la fundó, ahora parece que sólo nos quedan las lamentaciones.

Es muy ibérico esto de criticar, ponerse en contra, hacer teatro y luego, cuando no nos hacen ni caso o nos mandan directamente a la mierda, quejarnos y quedarnos tan panchos con nuestras lamentaciones. Somos funestos y nos gusta serlo. Nos reconfortamos más con la miseria y con la envidia que con la dignidad. Nos gusta el mal de muchos.

¡Insubición!

Pues no. Ahora lo que toca no es lamentarse. Porque ahora es demasiado tarde y los hechos, una vez más, ya están consumados. Ahora toca hacer una llamada a la insumisión. A la insumisión civil por supuesto, pero también a la insumisión municipal. Ahora hay que recordar a todos y cada uno de los Ayuntamientos que firmaron aquella declaración que asuman las consecuencias de lo que aprobaron en pleno. Ahora hay que demostrar responsabilidad política y ejercicio democrático consecuente. Empezando por Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza o Vitoria y acabando por Ontinyent, Tafalla o Aranjuez. Ahora es la hora de la insumisión, ahora es la hora de la insurrección por el sentido común y en defensa de unas ciudades más amables y con más futuro, precisamente para esos menores de 16 años a los que estamos condenando como único país de Europa a andar en bici con casco.

Si no se hace ahora, no habrá valido de nada todo esa orquestación de fuerzas y todo ese barullo mediático.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Si nos cuesta menos atravesar la ciudad en coche que rodearla, tenemos un problema

Esta es la situación de las ciudades que han mantenido el estatus dominante del automóvil, pese a que hayan hecho demostraciones espectaculares de inversión en facilidades para otros modos, las ciudades que no han puesto dificultades al tránsito y aparcamientos para los coches en sus núcleos urbanos tienen la batalla perdida.

La Diagonal en Barcelona, la Castellana en Madrid, las Grandes Vías en Valencia o la Baja Navarra y la Avenida del Ejército en Pamplona, son constancias de ello. Grandes autopistas urbanas que además de potenciar y favorecer terriblemente el uso dominante y prioritario del coche, diseccionan las ciudades formando barreras infranqueables y condicionan espectacularmente el tránsito de todo lo que no sean automóviles.


Cuando una ciudad sigue "vendiendo" que es más fácil atravesarla que rodearla y, más que eso, cuando la gente que se desplaza en coche puede comprobarlo, la batalla está perdida, por más fuegos artificiales y megáfonos que se le quieran poner a los esfuerzos por potenciar la bici o por defender la opción de caminar.

Bien es cierto, que muchas de esas ciudades han centrado todo su intento de hacer el coche inconveniente en la penalización del aparcamiento y que algunas de ellas cuentan con una red de transporte público envidiable. Sin embargo, si seguimos enseñando esos fabulosos viales multicarril, esas semaforizaciones favorables, esos conectores radiales, esos enlaces con las vías interurbanas, todo lo anterior se queda muy atenuado ante la potencia del mercado automovilístico y su todavía no denostada imagen, sinónimo de prestigio, independencia, poderío e incluso atractivo personal.


Revisa tu ciudad. Si presenta estas características, ten en cuenta que la batalla presentará una desigualdad de fuerzas que no se equilibra con unos kilómetros de carril bici, unas manzanas peatonalizadas o un sistema de bicicletas públicas. El mar de fondo podrá con eso y las inercias arrastrarán a cualquiera que se interponga en la automarejada.

Ahora bien, si sois capaces de detectar estas arterias (no cuesta mucho) y contáis con un gobierno municipal dispuesto a construir una ciudad para las personas, hay ejemplos buenos y cercanos para mostrar: la Gran Vía en Bilbao, el Paseo de Independencia en Zaragoza o la Avenida Gasteiz en la ciudad que le da nombre. No hay que perder la esperanza.

miércoles, 19 de marzo de 2014

¿Qué pasa alrededor del Parlamento Navarro?

Estamos tan acostumbrados a ver la realidad tal y como es, sin cuestionarla en absoluto, que muchas veces somos incapaces de darnos cuenta de aberraciones formidables que se presentan ante nuestros ojos y nos toca vivir como si fueran imposibles de replantear. Un ejemplo de ello es la distribución del espacio y la ordenación del tráfico en puntos neurálgicos de nuestras ciudades.

Ciclista circula por la acera delante del Parlamento Navarro
En la capital navarra, por ejemplo, el corazón de la ciudad, el centro donde convergen todos los caminos se encuentra precisamente en el mismo espacio en donde se produce el juego democrático

El Parlamento Navarro se sitúa en uno de los lugares más deseados y junto al principal nudo viario de Pamplona compuesto por las calles Yanguas y Miranda, Navas de Tolosa, Avenida del Ejército y Conde Oliveto. En el mismo espacio donde se asientan y no por casualidad: la Estación de Autobuses, el Servicio Navarro de Salud, el Instituto Nacional de Seguridad Social,  el Auditorio y Palacio de Congresos Baluarte, la Ciudadela, la Cámara de Comercio, el Colegio de Arquitectos, la Gerencia Municipal de Urbanismo, la Comisaría de la Policía Nacional, la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona, el Gobierno Militar, el Corte Inglés… y la Escuela Municipal de Música Joaquín Maya, por mencionar algunos. Todo en un radio de apenas 100 metros.


Es este cruce de caminos el espacio más deseado y más valioso para muchos navarros y visitantes en muchos sentidos, pero sobre todo en el sentido circulatorio. Es ahí donde convergen las principales autopistas urbanas que luego conectan con las interurbanas demostrando que todo se ha armado para potenciar el acceso y el uso del automóvil de manera masiva y dominante

Este espacio está dotado, además, de inmensos aparcamientos (Baluarte, Estación de Autobuses o el propio y exclusivo del Corte Inglés y los cercanos de Rincón de la Aduana, Plaza del Castillo y Plaza de Toros) lo que provoca entre los automovilistas una sensación de accesibilidad inmejorable. 

¿Para los demás? Aceras estrechas, pasos de peatones con relaciones semafóricas denigrantes, estrés y sensación de peligro y falta de libertad de movimientos. Y ciclistas por las aceras ¡cómo no!

Pero lo que nadie se ha dado cuenta o quiere admitir es que es precisamente esa ordenación del tráfico y del espacio tan abusivamente orientada al automovilismo la que está estrangulando la potencialidad de estos enclaves y está restando habitabilidad a los mismos, haciéndolos poco atractivos e incluso peligrosos para su disfrute. La imagen desértica de la Plaza de Baluarte es especialmente significativa. El aislamiento del Parlamento, representativo. La entrada de la Escuela de Música, un infierno. Todo por tratar de mantener a toda costa el poderío del coche y su predominancia.

Coches oficiales esperan en la puerta del Parlamento Navarro
¿Cómo sería este espacio si se replanteara y se reorientara hacia las personas en vez de hacia el tráfico motorizado?

¿Qué pasaría incluso si se peatonalizara y sólo fuera accesible a pie, en bici o en transporte colectivo? ¿Qué pasaría si la Plaza del Baluarte se configurara como un espacio de encuentro en vez de como un monumento desolador a la megalomanía? 

Pues probablemente que, después de ponernos muy tozudos discutiéndolo y criticándolo, descubriríamos cómo toda la zona se revitalizaría y cómo pasaría de ser un bastión del automóvil, una representación del aislamiento político y de la ciudad concebida como un producto a ser un espacio público interesante y vital, accesible y democrático, donde todas esas instituciones que ahora se hallan enrocadas alrededor de ese Baluarte como defendiéndose de la gente, se mostrarían más humanas, más amables y más cercanas a la ciudadanía que lo que son ahora

Yo voto por eso. Ya se hizo alrededor del Palacio de Navarra, sede del Gobierno de Navarra, y hoy podemos disfrutar de este espacio sin condiciones.

domingo, 16 de marzo de 2014

¿Les interesa el ciclismo urbano a los ciclistas deportivos?

He recibido una invitación para escribir en un blog dedicado exclusivamente al ciclismo deportivo, de competición para más señas, para mantener una sección sobre esto que nos viene ocupando en Bicicletas, ciudades, viajes... desde que iniciamos esta aventura hace ya cuatro años.

¿Qué hace un pirado del ciclismo urbano y del cicloturismo de viajes participando en un sitio dirigido a los "ruteros"? ¿Pero es que a esa gente les interesa algo más que el rendimiento, los resultados, seguir a sus ídolos, el peso y los componentes de su bicicleta, el porcentaje de grasa corporal, el desnivel acumulado de su próximo reto o el horario de retransmisión de la próxima prueba UCI Pro Tour? Os sorprenderíais.

Los ciclistas, todos los ciclistas tienen algo en común: se desplazan en bicicleta. Esto que parece una obviedad no lo es tanto. Para empezar a todos los que andamos en bici, andemos como andemos, cuando andemos y con el objetivo que lo hagamos, nos meten en el mismo saco. Los ciclistas somos ciclistas por el mero hecho de circular en una bicicleta y eso nos hace pertenecer a una casta, que no es comparable con ningún otro tipo de personas en desplazamiento. Ni siquiera los motoristas están tan categorizados.


Es tristemente así. Los ciclistas somos ciclistas y eso nos convierte en una especie concreta y determinada, un colectivo, para el resto de los mortales. Al menos en esta parte del mundo. Formamos parte de ese grupo de ciudadanos que pedalea y que engrosa una estadística que, hasta el momento, sólo preocupa a los demás en el incremento de su accidentalidad, lo cual muchos se han encargado en traducir en peligrosidad y aprovechar para sembrar miedo alrededor de la bicicleta. Los ciclistas sufren una siniestralidad que ha aumentado en los últimos años y que tiene preocupado, primero a los propios "practicantes", pero después al resto de la sociedad y, sobre todo, a los responsables de gestionar el tráfico encabezados por la DGT, a los que quiere imponer una legalidad constrictiva y culpabilizadora. Este es un punto de encuentro entre los ciclistas con independencia de su origen, condición u objetivos.

Pero hay otro aspecto que nos une a la mayoría de los ciclistas, es que circulamos en algún momento de nuestros itinerarios por espacios urbanos. Si las carreteras están pensadas y diseñadas para que circulen los coches, la cosa en las ciudades es mucho más acusada, hasta puntos donde los ciclistas no sólo no son bienvenidos sino que se juegan el tipo. Los trayectos urbanos y sobre todo los accesos a los mismos son los puntos más comprometidos para los que andamos en bici. Las entradas y salidas de las ciudades, las grandes rondas, circunvalaciones, conectores, autovías y autopistas urbanas con sus dimensiones extraordinarias, con su ordenación orientada al automóvil, representan las mayores dificultades para la práctica del ciclismo.

Por último, hay una realidad que es incuestionable y es que las personas con hábito de andar en bicicleta son más proclives a utilizarla como medio de locomoción urbano. Da igual que hayan entrenado para competir, que hayan orientado sus objetivos en el rendimiento, que sean unos locos del mountain bike, del BMX o del cicloturismo, unos pistards o unos hachas del ciclocross. Todos dominan un vehículo que les puede servir de transporte en la ciudad y en un número muy alto acaban haciéndolo.

jueves, 13 de marzo de 2014

Al sol, bicicletas

Hoy toca una de hedonismo. Para los que vivimos en el lado oscuro, el sol invernal nos resulta doblemente reconfortante por escaso. Después de unos meses duros y unas últimas semanas borrascosas, por fin ha habido una tregua en las inclemencias y el sol lleva luciendo unos días seguidos y se ha hecho notar en la moral de la gente y en la ocupación de las calles.


La gente se ha echado a la calle con alegría inusitada, tratando de aprovechar el momento, el armisticio meteorológico, y, además de las habituales, las bicicletas ocasionales se han atrevido otra vez a salir con sus pasajeros a bordo, felices, nerviosos por haber perdido el hábito pero emocionados de su atrevimiento y de las sensaciones que reviven.

Después de la tormenta siempre sale el sol y con el sol llegan los caracoles y las bicicletas se multiplican.


Fotos: Adoquines y losetas.

domingo, 9 de marzo de 2014

¿Por qué no hay más ciclistas en Pamplona?

El uso de la bicicleta ha crecido exponencialmente en nuestro entorno y Pamplona no es una excepción. Cada día hay más bicicletas circulando por esta ciudad, por esta Comarca. Es un hecho constatable a simple vista. Sin embargo, sigue llamando la atención de propios y extraños por qué una ciudad de las dimensiones de Pamplona no cuenta con muchas más personas adeptas a la bicicleta como modo de desplazamiento.

¿Por qué en Pamplona no hay tantas bicis como en Vitoria, en Zaragoza o en Sevilla si tiene en proporción más carriles bici que ellas? Hay diversos factores que hacen que el uso de la bicicleta no sea tan masivo en nuestra ciudad, pero, fundamentalmente son dos los que disuaden más a la gente a la hora de elegir la bicicleta como medio de desplazamiento urbano.

Por un lado, está el dominio asfixiante que sigue teniendo el automóvil en la configuración del tráfico de esta ciudad. Un dominio fomentado y promocionado por un Ayuntamiento que nunca ha querido renunciar a que Pamplona fuera una ciudad automovilística y así la ha presentado a sus ciudadanos y visitantes. Una ciudad que se puede cruzar en coche en apenas 10 minutos y que está sembrada de aparcamientos ha condenado sus principales accesos y sus principales ejes al coche prácticamente en exclusiva. Son muchos los intereses en mantener este estado de cosas, porque hay una creencia que subyace en todos ellos que es la de que el uso del coche es el garante del desarrollo y la señal inequívoca del progreso y de la salud económica de una ciudad.


Pero hay otro factor que, asociado al dominio de la calle por parte del coche, hace que la bicicleta no haya cuajado más entre los vecinos y vecinas de la Comarca de Pamplona que es el tratamiento que se le ha dado a los embudos circulatorios que tiene esta ciudad. Embudos que son especialmente problemáticos en los accesos en cuesta al centro de la ciudad y donde los ciclistas se ven doblemente desprotegidos, no ya sólo por su fragilidad connatural sino por la falta de resguardo ante semejante diferencial de velocidades. Subir una cuesta de acceso a Pamplona montado en bici es un reto, no tanto por la dificultad física sino por la incomodidad fabulosa que representa. Por eso los ascensores de esta ciudad son tan utilizados por los ciclistas, no solamente porque sean una partida de vagos.

Esos embudos también se producen en los pasos de los ríos y el ferrocarril sobre todo en el Norte y en los accesos al centro desde el Sur por la burbuja que supone la Ciudadela y los efectos colaterales que provoca en sus márgenes (Yanguas y Miranda y Navas de Tolosa, fundamentalmente), donde la preponderancia del tráfico motorizado se hace más evidente.


Recientemente se ha aprobado una actuación que puede representar un punto de inflexión en el tratamiento de los accesos a esta ciudad amurallada: la redistribución del espacio en la Cuesta de San Lorenzo, con la ampliación de la acera y la habilitación de un carril bici a costa de restar un carril de la calzada. Aunque parece insuficiente y si se hiciera de manera ambiciosa y con un replanteamiento serio del tráfico se deberían eliminar dos carriles dejando uno en cada sentido, puede demostrar que, con un tratamiento diferente, no sólo los ciclistas y los peatones respirarán aliviados a la hora de acceder al centro, sino que toda la ciudad cogería oxígeno si este tipo de actuaciones se hicieran extensibles a otras cuestas y otros accesos que siguen estrangulando la circulación, favoreciendo el uso del coche y disuadiendo de realizar los desplazamientos a pie o en bici.

Esto pasa, por supuesto, por desmontar algunas de las autopistas urbanas de Pamplona: la Cuesta del Labrit, la de Beloso, la de San Jorge, la Avenida de Bayona, la de Zaragoza, la de Pío XII, la de la Baja Navarra y por supuesto la del Ejército que diseccionan la ciudad y forman barreras tan formidables o más que las propias murallas y ríos. Y pasa también por desincentivar el uso del coche y la expectativa de aparcamiento en superficie que es lo que más tráfico induce. Pero para eso hay que estar convencidos de que una ciudad no se despotencia por ello y no renuncia a su bienestar sino más bien al contrario y me temo que este Ayuntamiento, como muchos otros en esta Comarca, no acaban de creérselo.


Hasta entonces la bicicleta en esta ciudad estará reservada sólo para unos cuantos aguerridos y para unos cuantos más que invadirán sistemáticamente las aceras molestando a los peatones en defensa propia. Eso sin contar con los problemas asociados al aparcamiento y robo de bicicletas, que es otra de las componentes que afectan negativamente al uso de la bici, pero que merecería otro artículo diferente.

lunes, 3 de marzo de 2014

La trampa de la dispersión

Hoy no hemos podido menos que reproducir un artículo o más bien un relato que hemos leído en En bici por Madrid, ese blog de referencia, escrito por Villarramblas, su colaborador más sesuso y más brillante. Nos ha encantado el enfoque, el estilo narrativo y el análisis que hace del síndrome que muchas personas protagonizan diariamente después de haber aceptado la apuesta de irse a vivir lejos y perder todos los días un tiempo decisivo en los viajes cotidianos. Ahí va.

Los Hombres de Gris no le pagarán el tiempo perdido 

¿Se acuerdan de Momo, aquella novela de Michael Ende en el que unos hombres vestidos de gris y bombín y que fumaban puros nos proponían ahorrar nuestro tiempo a cambio de un futuro bienestar material que nunca llegaba? Para un niño, un entretenido cuento. Para un adolescente, una fantástica novela. Para un adulto, un relato de terror que describe su día a día.

¿Alguna vez han intentado comprarle su tiempo? La última vez que uno de esos Hombres de Gris se me apareció me ofreció el siguiente trato: Una mejor vivienda en periferia, más barata que el apartamento céntrico en el que vivo, y donde además mi familia podría tener mejor calidad de vida. El precio: tardar más en llegar al trabajo. Pero ¿acaso no merece la pena ese pequeño precio? La respuesta es no.

La Paradoja del Commuter

Es lo que se conoce como la Paradoja del “Commuter”, esa palabra inglesa que define a quien viaja a diario entre su casa y su trabajo, a veces desde poblaciones separadas. Según la teoría económica, quien tiene libertad para aceptar el trato de los Hombres de Gris lo hará a cambio de algo que le compense, ya sea mejor sueldo, un piso más barato, o más grande, o cualquier otra ventaja. Si el trato no le convence, no se llevará a cabo. Quizás sólo algunos negocien tratos justos, posiblemente otros se dejarán engañar y otros sacarán mucha ventaja... pero en global será un acuerdo equilibrado.

texto alternativo
La sorpresa que trae de cabeza a los economistas es que todo el mundo que aceptó este cambio declaró después estar insatisfecho, todos sentían que les habían timado.

¿Quién les timó, pues? Ellos, se timaron a sí mismos al aceptar libremente algo que luego resultó que no querían.


Detectives del tiempo perdido en el país de los relojes

 

A no muchos kilómetros de donde Michael Ende escribió su novela, dos investigadores llamados Alois Stutzer y Bruno Frey decidieron averiguar con qué artimañas los Hombres de Gris lograban quedarse con el tiempo de los humanos a un precio inferior a lo que éstos consideraban justo. Así, con el apoyo de la universidad de Zurich siguieron la pista de todas las respuestas que los lectores ya habrán pensado para explicar este misterio:

“Quizá al que hace el trayecto a diario no le compensa” pensaron los señores Stutzer y Frei, “pero a su familia sí”. Parece razonable sacrificarse uno para que tus seres queridos vivan mejor. Esas horas perdidas pueden suponer una casa más grande, con jardines para que los niños jueguen o para tener más sueldo a fin de mes. Sin embargo, las familias encuestadas también se mostraron más infelices si uno de sus miembros empleaba mucho tiempo en transporte: menos tiempo juntos y peor humor que no se arreglaban ni con más zonas verdes, ni con más juguetes.

Ilustración de Michel Ende para 'Momo'“Se tratará tal vez de la gente que no tiene más remedio que aceptar el trabajo que le den”, razonaron los dos. “A fin de cuentas, no todo el mundo se puede permitir el lujo de elegir un trabajo cerca”. Para comprobarlo, preguntaron a aquellos que no tenían ninguna presión para aceptar un mal trato, al tener una posición desahogada. Para su desconcierto, el resultado fue el mismo, también ellos se sintieron estafados cuando se cambiaron a un trabajo demasiado distante.

“Hay gente que tiene situaciones personales difíciles en un momento de su vida que les obligan a tomar una mala decisión: un divorcio que te fuerza a buscar una casa donde sea, el paro que se agota”, así que preguntaron a gente con trabajos y parejas estables o sin pareja que hubieran aceptado el trato de alargar su viaje diario. De nuevo la misma respuesta: sentían que habían negociado mal, aunque nada les había presionado para aceptar el trato.

“Es posible que sea la hipoteca, que te ata a una casa y te dificulta mucho mudarte para estar cerca de un buen trabajo” dijeron ambos. Así que entrevistaron a gente que vivía de alquiler, que podían cambiarse de casa fácilmente para recuperar el tiempo perdido. Pero también ellos aceptaron trabajos alejados que no les llegaban a compensar las horas de transporte, e inexplicablemente no hicieron esfuerzo alguno por mudarse para aumentar su bienestar. Prefirieron ser infelices y seguir entregando su tiempo.

Por desgracia, ahí terminó la investigación. Stuzter y Frey se declararon incapaces de resolver la "Paradoja del Commuter", y por lo tanto no pudieron averiguar cómo ayudarnos a defendernos del engaño que nos quita el tiempo. Aquí podría terminar este pequeño cuento. Stuzter y Frey no sabían el final, pero nosotros sí, y se lo vamos a contar.

Un final: Los que dijeron "basta" cuando llegaron al límite


¿Nunca se han preguntado por qué las películas duran lo que duran, algo más de hora y media, pero menos de dos horas?  Por encima de ese tiempo, algo en nosotros dice “basta”. La naturaleza del ser humano no aguanta ser espectador pasivo más tiempo, no cuando la película es la misma autopista o el mismo tren día tras día.

Ilustración de Michel Ende para 'Momo'Seguramente conozcan a gente que realice esos trayectos a diario, 100 minutos de ida y otros tantos de vuelta. Más de 3 horas al día. Puede que sea usted uno de ellos. Si es el caso, pertenece a los tristes privilegiados en darse cuenta de que aquello ya no compensa, porque ya no le queda más tiempo que entregar.

Algunos se mudarán, otros buscarán un trabajo más cercano… los hay que se separarán de sus parejas para ello (o todo a la vez). Serán cambios traumáticos, pero se habrán curado para siempre de la tentación de vender su tiempo. Es quizá un amargo final. Sólo aprenderemos a no entregar nuestro tiempo cuando ya no nos quede tiempo que entregar.

Si no ha llegado a ese punto, sólo nos queda confiar en que haya leído este relato: si alguien le ha tentado con una oferta que mejorará su calidad de vida a cambio de unos cuantos minutos de su vida, piénseselo dos veces como hice yo. Recuerde que cuando juega con los Hombres de Gris, la banca siempre gana. No es un consejo de escritor de cuentos, sino de economistas.

Un final alternativo: Los que ganaron la partida a los Hombres de Gris


Hay otro final para este cuento. Si ha llegado hasta aquí, considérese afortunado por leerlo. No hace falta llegar al límite para recuperar su vida.

Precisamente, dice Eduard Punset que si uno controla su vida consigue la felicidad. Quizá Stutzer y Frei no se dieron cuenta de que la frustración del commuter reside precisamente en esa falta de control del viaje, y por eso no realizaron una última pregunta. Aquella que les hubiera dado la clave.

Por suerte para todos nosotros, un chico al otro lado del océano llamado Oliver Smith sí lo hizo en su ciudad: Portland, Oregon. Y descubrió el mejor final posible para este cuento: que los que iban andando o en bici eran los que más disfrutaban de su trayecto porque eran dueños de sus vidas mientras hacían el viaje, hasta el punto de que para ellos eso no era un tiempo perdido día tras día, sino una experiencia a la que no querían renunciar, pues en muchos casos era lo mejor del día.

La bici sí le devolverá el tiempo perdido, merece la pena pensárselo
Lo más mágico de esta historia es que con algo tan sencillo como caminar o usar una bici habían dejado de ser aburridos espectadores para convertirse en viajeros protagonistas de una aventura a la que jugaban todos los días, y todos los días descubrían algo nuevo de su ciudad que les hacía que ese trayecto mereciera la pena. Y ya no consideraban que "tardaban" una hora en llegar al trabajo, sino que "disfrutaban" durante una hora antes de entrar a trabajar, llegando incluso a dar rodeos por sitios nuevos para que el trayecto fuera un poquito más largo. Qué sutil cambio y de qué manera había transformado a esas personas afortunadas.

¿No me creen? Fíjense en esos pocos compañeros de trabajo que vienen en bici y pregúntense porqué vienen tan felices siendo lunes.

Quizá viva usted demasiado lejos. No importa, no renuncie a caminar o a usar su bicicleta, aunque sea sólo en parte de su recorrido, muchos hemos empezado así, en trayectos cortos. No piense que va a tardar más: es tiempo de vida que va a recuperar.

Es mejor este final ¿no?

“Les cuento todo esto como si ya les hubiera ocurrido. También hubiera podido contarlo como si les fuera a ocurrir en el futuro. Para mí, no hay demasiada diferencia.”

Momo (Michael Ende)

Reproducción liteal e íntegra del artículo escrito por Villarramblas en el blog En bici por Madrid

domingo, 2 de marzo de 2014

Stop al ciclismo temerario

No hay prácticamente día en el que, si queremos, no nos encontremos noticias sobre atropellos con ciclistas implicados. Ciclistas atropellados o ciclistas atropelladores. No es lo mismo pero muchas veces da igual. Como víctimas o como victimarios, los ciclistas muchas veces, quizá demasiadas aunque no mayoritariamente, suelen ser elementos propiciatorios de los incidentes en los que se ven envueltos. Casi siempre de forma involuntaria, muchas veces impulsados por un exceso de confianza de su destreza o de las facilidades de las que les han provisto, que les hace ponerse en riesgo de manera imprevista, el caso es que tenemos que denunciar la actitud de muchos de ellos, demasiados aunque no mayoría ni remotamente, si queremos atajarlo.


La bici es fácil, ligera, silenciosa, rápida, inercial y nos permite hacer itinerarios combinados utilizando distintas plataformas en unas condiciones que, hay que reconocerlo, nos hacen los privilegiados de la movilidad urbana. Los que andamos en bici a diario lo sabemos y lo apreciamos. Los que llevamos andando toda la vida no lo queremos perder porque sabemos que es la clave de su utilidad. Y no es de permisividad total de lo que hablamos, es de flexibilidad, de anticipación, de destreza y de prevención al conducir en bici, siempre desde el respeto escrupuloso hacia las demás personas, sean vehículos, peatones o individuos que están en la calle.

Esa versatilidad y esa capacidad de colarse, de escurrirse, de circular casi subrepticiamente hace que la bicicleta, las bicicletas sean difícilmente detectables por el resto de la gente en su deambular y es lo que las hace peligrosas tanto para los demás, sobre todo para los que caminan, como para los propios ciclistas que muchas veces no son conscientes de su invisibilidad para el resto de vehículos o de lo peregrino de sus maniobras.


Es aquí donde hay que hacer el llamamiento para atajar esas conductas y esas maniobras ciclistas que juegan en contra de la bicicleta como paradigma de la movilidad urbana. Si no somos los propios ciclistas los primeros en denunciar la temeridad de mucha gente que conduce bicicletas, perderemos legitimidad y credibilidad cuando queramos recordar nuestras necesidades y hacer respetar nuestros derechos.

Lo que pasa es que muchas veces nos da miedo de caer en el descrédito de lo que entendemos que son nuestros correligionarios, como si los que andamos en bici formáramos parte de una secta con un pensamiento único y una estrategia común. Pues no. Los ciclistas no somos ni más ni menos que ciudadanos que, en ese momento, montamos en una bicicleta y eso no es una condición sino una pura circunstancia. Y como ciudadanos nuestro derecho y deber no es otro que demandar y dispensar respeto entre y de los demás. Punto.


Todo lo demás debe ser denunciable y debe ser denunciado y nosotros, como usuarios de ese vehículo que somos, tenemos que ser los primeros que lo reconozcamos y lo delatemos, si queremos que se preserve y se potencie su uso porque resultaremos beneficiados de ello. Personas en bici circulando sin control, sin luces, en sentido contrario, saltándose las normas básicas de circulación, pasando demasiado cerca, metiéndose por trayectorias suicidas, aprovechándose de la torpeza, prevención o respeto de los demás, o de su suerte incomparable... tienen que ser denunciadas y castigadas por ello.

Así pues, no tratemos de exculpar a los ciclistas temerarios, porque son el peor enemigo de la bicicleta. No importa dónde se produzca su temeridad: en una acera, en un carril bici, en la calzada, en un paseo, en un parque, en una calle peatonal o en la carretera. Aquí y en Sebastopol, un ciclista temerario, como cualquier persona temeraria, no sólo juega con su riesgo sino que pone en peligro a los demás, menospreciando el respeto debido a la libertad y esto, además de execrable, es inconveniente para cualquier sociedad, por minúscula que ésta sea.

Denunciar a nuestros semejantes en actitudes temerarias no es ser un traidor o querer recortar sus libertades, sino es trabajar por preservar las colectivas y asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos.