sábado, 29 de junio de 2013

Algo zumba en mi cabeza mientras pedaleo

Debe ser que ya son demasiadas cosas las que hay que tener en cuenta y demasiadas responsabilidades las que hay que asumir cuando se anda en bici, que me tienen obsesionado. Que una maniobra mal entendida dé al traste con mis expectativas, que un coche invada mi espacio vital y acabe yo siendo el culpable por haber cometido la temeridad de compartir mi derecho a circular con él, que un peatón soliviantado quiera ajusticiarme así de repente por todos los inconvenientes que otros ciclistas hayan podido ocasionarle. Puede que sea todo eso. O puede que no.

Puede que sea que ya son demasiadas estupideces viniendo de todos los lados las que nos asedian a los que pedaleamos, que nos han acabado por calentar la cabeza tanto que la sola mención de tu intención, tu decisión o tu simple práctica de dar a los pedales requiera más esfuerzo argumentativo entre tus semejantes que cualquier otra decisión de las que tomes habitualmente, aunque aquella no les afecte y estas sí. Porque tu seguridad, tu irresponsabilidad o tu temeridad curiosamente ha pasado a preocuparles a ellos mucho más que a ti mismo, por lo visto. O puede que no.


Puede que sea que me chirría ya demasiado que tengas que justificarte por cuestiones que ni siquiera se han consumado, como el potencial uso obligatorio del casco en la ciudad, y que mucha gente ya da por hechas, simplemente porque hay demasiados intereses en presentar a la bicicleta como algo intrínsecamente peligroso.

El caso es que algo zumba en mi cabeza cada vez que pedaleo, aunque empiezo a sospechar que algo tiene que ver con el casco de prueba que me ha regalado Intel que, desarrollando un proyecto estudiantil de la Escuela de Arte de San Francisco, es capaz de detectar los coches que se aproximan con un agradable zumbido en la parte del cráneo por la que vienen. Acojonante.

Look System Concept from gnoren on Vimeo.

martes, 25 de junio de 2013

Viajar con niños en bicicleta

Pequeños y bicicletas no sólo son compatibles, son una aventura digna de experimentarse si se tiene la oportunidad. Más si los pequeños son los tuyos. Es una manera excepcional de redescubrir las relaciones personales, tan viciadas y tan condicionadas en otros muchos momentos. De viaje en bici la relación es mucho más fuerte, es de pura camaradería, de compañerismo, de dependencia, de solidaridad y de comprensión del más débil. Y eso, yendo con menores es siempre mucho más acusado.

Pero además es una oportunidad de aprender una forma de viajar que implica necesariamente aprender a valorar el camino mucho más que la meta y eso a muchos menores, acostumbrados a ser llevados de un lado a otro como ganado, les cuesta mucho comprender y a sus mayores a veces mucho más. El "¿cuánto falta?" debe reformularse en "mira qué chulo" o "fíjate en eso". Cuando tienes todo el día para llegar, lo que menos vale es la llegada, porque hay que disfrutar todo el día y es entonces cuando el camino cobra relevancia e interés.


Por eso hay que procurar que haya alicientes durante toda la jornada: una parada en una fuente, un avituallamiento improvisado, un lugar de recreo a medio camino, la hora de comer, la sobremesa, un río o una piscina, una consulta en el mapa, en el móvil o en el GPS, todo debe ser motivo para despertar el interés de los menores hacia cosas y actividades que normalmente no se hacen.

Y la improvisación. Ese tesoro tan despreciado y tan olvidado en la sociedad de la información y de la planificación excesiva. La improvisación, el cambio de planes, la forma de afrontar y superar las pequeñas incidencias inevitables y casi deseables, es, sin duda, uno de los mayores alicientes y uno de los mejores descubrimientos en un viaje. Debe serlo. Mejor que los grandes hitos y las atracciones. Y es uno de los mejores aprendizajes cuando se está descubriendo "la vida de los mayores".

Viajar con niños es, pues, más intenso y muchas veces muy exigente, pero es una oportunidad de oro para comprobar sobre el terreno que la vida, la que sucede ahí fuera, esa que es tan atractiva como incontrolable, es la mejor escuela para nuestros menores y un viaje en bicicleta incrementa la vivencia increíblemente convirtiéndose en una escuela también para los mayores. Y en una cura de humildad.

Un saludo desde la ruta. Dos, otro de mi compañero de aventuras.

domingo, 23 de junio de 2013

Biajar con b... de bici

Nefasto. Así se ha presentado el tiempo durante toda esta primavera. La bicicleta, con tanta agua y digamos lo que digamos los puristas que promulgamos que la lluvia no representa un inconveniente, no resulta tan cómoda ni tan atractiva. El buen tiempo hace mucho para animar a la gente a optar por la bici. Y se ha hecho de rogar mucho este año.

Pero ha llegado justo en el momento preciso: con las vacaciones. Las de los estudiantes, me refiero. Esta es la primera semana lejos de las aulas (sin "j") y en la calle se respira otro ambiente, con toda la chavalería. Es el momento de proponer planes: excursiones, campamentos, estancias, retoce o viajes con mayúsculas.

En nuestro caso, los viajes con mayúsculas se escriben con b, de bicicleta, por supuesto.

biajar con b 

  1. intr. Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por el medio de locomoción más agradable, la bici
  2. Recorrer un medio de transporte una distancia a pedales
  3. Ser transportada una mercancía por una bicicleta
  4. col. Estar bajo los efectos de un alucinógeno:


Biajar en bicicleta es una manera incomparable de recorrer un territorio, de visitarlo, de conocerlo, de sentirlo. Muchas veces hemos hecho referencia a eso, y, sin embargo, nunca es suficiente. Porque es un lujo al alcance de cualquiera y a la medida de cada cual.

Biajar en bicicleta permite avanzar sin perderse detalle, respirar el aire, conocer los rincones, pararte en cualquier sitio, valorar las pequeñas cosas, esas que pasan desapercibidas cuando se viaja en cabinas aisladas.

Biajar en bicicleta reduce la ansiedad por alcanzar el destino porque el destino no es el único objetivo y muchas veces no es el más importante, porque el placer reside en el itinerario, en la traslación, en el camino.

Biajar en bicicleta, en definitiva, es una forma de vivir el viaje realmente intensa, personal e irrepetible.

Nos vemos en el camino, con minúsculas.

jueves, 13 de junio de 2013

No estamos preparados para convivir

Raro es el día en que no se publique un testimonio en el que se exponga una queja de alguien que ha sufrido un caso de agresión en una actividad de circulación urbana. Un peatón que se queja de que los coches no respetan los pasos de cebra o los límites de velocidad o de que los ciclistas no son cívicos, un automovilista que se queja de que peatones y ciclistas no cumplen las normas de circulación (por lo general pensadas desde una lógica automovilística) o un ciclista que se queja de que los automovilistas le intimidan o que los peatones no respetan las vías ciclistas. Un indicador inequívoco de que no estamos preparados para convivir en la calle.

No estamos educados en la convivencia, sólo en hacer valer nuestros derechos, e infligirlos sobre los demás. Porque no estamos educados en la libertad, como no lo estamos en la solidaridad o en la democracia. Nos gusta más tener derechos que obligaciones. Y a quién no. Pero el problema es que cuando los derechos son concurrentes y compiten entre ellos, lo que debería preservar libertades se vuelve agresivo sobre los demás.


En la circulación urbana esto es evidente y especialmente preocupante. Hemos demarcado de tal manera el espacio público, el terreno común, para segmentarlo y asignárselo a cada tipo de usuario, dependiendo del medio en el que se desplace, que las líneas que delimitan los usos se han convertido en auténticas fronteras que favorecen más el conflicto que ayudan a las distintas personas en la labor de preservar el derecho a ejercer su opción de movilidad en la ciudad.

No nos damos cuenta de que la calle es un espacio común que, si estuviéramos dispuestos, debería ser un lugar de encuentro, de socialización, de comercio, de esparcimiento o de tránsito y, sin embargo, lo hemos convertido, en su mayor parte, en meras vías de circulación con carriles estancos: muchos para coches, menos para peatones y apenas algunos para otros medios de transporte, sean públicos y colectivos o privados e individuales.

La obsesión por la segmentación del espacio público es tal que, cuando tratamos de incorporar nuevos medios de transporte, la única opción que se le ocurre a la mayoría es buscar un corredor específico para ellos, en vez de tratar de compartir los espacios disponibles y priorizar sus usos. El caso de las bicicletas es patente y actual.

Sin embargo, es en la capacidad de convivir, de respetarse, de compartir los espacios y los usos de estos priorizando en la necesidad de mejorar la calidad de los mismos para su disfrute colectivo, en la que reside la posibilidad de hacer concurrir a los distintos medios de locomoción y de conseguir que las calles, nuestras calles, sean accesibles, amables y humanas.


Pero no nos queremos dar cuenta de ello. O no podemos, porque no hemos sido preparados para ello y por eso nos dedicamos constantemente a sufrir y hacer sufrir las consecuencias de ello a nuestros semejantes. Es difícil pensar que otro orden de cosas sea posible en una sociedad que no quiere oir hablar de civismo, de respeto, de convivencia o de humanidad porque está obsesionada todavía por el individualismo, la competitividad y la impersonalización como herramientas que garantizan el éxito.

Mientras no seamos capaces de replantear esta lógica imperante y prestar más atención a las cuestiones relacionales y a la búsqueda del bien común y de la buena convivencia, renunciando en parte a derechos selectivos por preservar los comunes, no estaremos en disposición de trabajar por construir ciudades donde en las calles sean protagonistas las personas, sean quienes sean y vayan en lo que vayan montadas.

La pregunta es ¿cuánto tiempo estaremos dispuestos a renunciar a esa ciudad de las personas por perpetuar la ciudad del tráfico?

martes, 11 de junio de 2013

Casco sí, casco no, acera sí, acera no, bici sí, bici no

Llevamos unos cuantos años observando cómo se están desarrollando los acontecimientos en todo lo relacionado con la imparable evolución de las bicicletas en nuestras ciudades.
Después de unos inicios prometedores, en los que mucha gente se ha ido incorporando a la utilización de la bicicleta como modo de locomoción en medio urbano, la importancia que este vehículo ha ido cobrando no se ha traducido en una apuesta real por parte de los responsables de la ordenación del tráfico, que han visto a la bicicleta como un molesto invitado en unas calles dominadas por los coches y flanqueadas por los peatones.
Pese a que se han realizado actuaciones vistosas, sobre todo centradas en la implementación de ciclovías, la mayoría de ellas han aquejado los mismo males: demasiado estrechas, demasiado sinuosas, deficientemente señalizadas, inconexas y en itinerarios dudosos, casi siempre evitando las calles principales, las más deseadas por todos por ser las más directas, y casi siempre en aceras.
La culminación de la vergüenza en la pretendida inclusión de la bici en el panorama urbano se consumó cuando los responsables políticos decidieron, dejando de disimular sus intenciones, pintar las aceras para permitir circular por ellas a los ciclistas sin más criterio que conseguir conectar la red de ciclovías. Aquí el despropósito acabó de concretarse.
Si hasta ese momento era ya suficientemente discutible el criterio de los encargados de implementar lo que se dio por llamar el Plan de Ciclabilidad a la hora de elegir las calles, describir los itinerarios, decidir las secciones, los radios de las curvas, la calidad de los pavimentos o el diseño de las intersecciones, cuando a alguien, como medida pretendidamente salomónica, se le ocurrió pintar las aceras, la cosa cobró un cariz totalmente distinto, ya que dejó clara la estrategia: no queremos bicicletas en las avenidas principales y no nos importa agraviar a los peatones.
Este menosprecio de los más débiles fue la constatación de que la apuesta por la denominada movilidad sostenible, esa que desincentivaba el uso del coche para dar oportunidades a modos alternativos de transporte para hacer ciudades más habitables, era una mera escenificación.
Ahora, después de que cada ayuntamiento haya hecho su pequeña chapuza tratando de demostrar que se estaba haciendo algo por las bicicletas, cada uno con su criterio y con su norma, ahora la Dirección General de Tráfico ha decidido intervenir para deshacer el entuerto con la triple justificación de unificar criterios normativos, perseguir la normalización y mejorar la seguridad de la bicicleta en la circulación.
¿Y qué se le ha ocurrido a la DGT? Pues, además de promover la reducción de las velocidades en las calles secundarias, empresa en la que ya se habían metido muchos municipios, ha decidido presentar toda una batería de medidas que, lejos de servir para potenciar el uso de la bici, son claramente desfavorecedoras. Las más discutibles: la obligación del uso del casco, la permisividad en la circulación por aceras y la recomendación de circular por el margen derecho de los carriles en las calzadas.
La medida que más discrepancia ha generado ha sido, sin duda, la del casco, pero no es la más grave. El casco, que como elemento de protección para caídas es interesante, no tiene mayor efectividad en caso de colisión con un coche y tiene efectos disuasorios sobre el uso de la bici porque la presenta como una actividad incómoda y peligrosa, haciéndola inconveniente. El hecho es que en ningún país europeo es obligatorio, tampoco en carretera.
Sin embargo, la permisividad del uso de aceras y la circulación sin ocupar el centro del carril, por no hablar del diseño de la inmensa mayoría de los viales para ciclistas, incrementan exponencialmente el riesgo de accidente y atropello en la práctica ciclista y consolidan el dominio de los automóviles en nuestras calles y la discriminación total de la mayoría de usuarios de las calle: las personas que caminan, juegan o simplemente están.
Circular junto a bordillos, coches aparcados o bolardos y otros obstáculos, hacerlo por aceras y por vías alejadas de la lógica del tráfico rodado, convierte el uso de la bicicleta en una práctica de riesgo porque fomenta las principales causas de su accidentabilidad. No olvidemos que la mayoría de siniestros en los que se ven envueltos los ciclistas, además de las caídas (que en las aceras son mucho más probables que en asfalto), se producen en intersecciones donde las bicicletas se incorporan desde plataformas distintas a la calzada o por atrapamientos en desvíos e incorporaciones, normalmente por falta de visibilidad de los ciclistas. Estas nuevas normas propuestas favorecen estas circunstancias.
A la vista de este panorama, lo único que podemos concluir es que la bicicleta molesta, cada vez más, en nuestras ciudades. Molesta en la calzada, molesta en las aceras y molesta en las zonas peatonalizadas. Y el remedio que se ha buscado es hacerla más incómoda todavía. Si ya los itinerarios diseñados para las bicis eran angostos, llenos de obstáculos, sinuosos e incomprensibles y ralentizaban la circulación ciclista, las nuevas recomendaciones van a hacer que la bicicleta sea molesta hasta para sus practicantes, presentándoles además como inoportunos, torpes y marginales, cuando no como irresponsables, temerarios o irrespetuosos, por no querer seguir el orden establecido: el del coche.
No sabemos hasta dónde llegarán las intenciones de la DGT ni en qué se concretarán en la práctica en cada uno de nuestros municipios, sobre los que recae la vigilancia del cumplimiento de la norma, pero todo esto apunta mal y no hace más que constatar la convicción de nuestros responsables de que las bicicletas no son bienvenidas en la ciudad, porque no se le quiere quitar nada al coche, porque todavía se le considera el símbolo y el garante del desarrollo y del éxito económico.
Mientras tanto, seguiremos celebrando el Día de la Bici, la Semana de la Movilidad y otras escenificaciones de la falsedad en la que estamos atrapados, con la felicidad del que tiene la conciencia tranquila porque está haciendo lo que se debe en bien de la comunidad. 

martes, 4 de junio de 2013

Del casco, hasta las orejas

Nos estamos albardando de tal manera con discursos más o menos maniqueos y más o menos justificados sobre la conveniencia o no de hacer el casco obligatorio o recomendable, que la cosa empieza a no tener sentido. Es tal la obsesión colectiva por opinar y es tal el enquistamiento de las posiciones que se está empezando a perder la perspectiva del tema hasta límites inimaginables. Todo el mundo tiene una opinión más o menos formada al respecto, y, el que no la tiene, la improvisa.

El casco es la gran excusa demagógica para demostrar que se está a favor de la protección del ciclista. Da igual que se ignore cuál es el verdadero peligro que corre el ciclista para conservar su integridad. Sirve para obviar la implicación de los coches en la práctica totalidad de accidentes mortales o muy graves. Sirve para eludir el tema de la circulación ciclista en perpendicular al tráfico rodado, con las consecuencias fatales en las intersecciones entre ambos. Sirve para demostrar la irresponsabilidad y la falta de autoprotección que demuestra el colectivo ciclista. Sirve, en definitiva, para culpabilizar y responsabilizar a los ciclistas de la peligrosidad y del riesgo de la actividad que practican.


Así alcaldes, concejales, representantes políticos, periodistas, médicos, expertos en seguridad vial, autoescuelas, compañías de seguros, juristas y personas anónimas con tiempo y ganas de participar en debates más o menos gratuitos se han puesto a desollar a los ciclistas porque no quieren cumplir las normas, aunque estas no estén escritas ni se vayan a escribir. Hay quien es tan atrevido que es capaz de declarar públicamente que no va a ser él el que le quite el casco a ningún ciclista porque no quiere asumir las consecuencias de ello. Tremendo.

Creo que la cosa ha cobrado un cariz tan enconado que la mayoría de los que osan hacer interpretaciones y tomar posiciones sobre el asunto acaba argumentando lo imposible y acaba yéndose por los cerros de Úbeda diciendo cualquier barbaridad, entre las que no suelen faltar las que empiezan por "es que los ciclistas..." y siguen con cualquier tipo de queja y consiguiente exigencia. No tiene solución.

El mayor problema es que un tema que hasta la fecha se había mantenido en más estricto plano técnico entre los implicados (DGT, Mesa de la Bicicleta y algunos expertos) pero que de un día para otro ha pasado a formar parte de la comidilla de conversaciones, tertulias, artículos de opinión y salidas de tono. La gente está despistada, no sabe a qué atenerse y acaba, como suele pasar en estos casos, en lugares comunes: el carril bici, el peligro del tráfico, la invasión de las aceras, la caída tonta, los niños, los ancianos y toda esa sarta de sandeces que la ignorancia es capaz de argüir.

Ya da igual si el casco es recomendable o es obligatorio. Ya da igual si la ley está escrita o es una mera proposición. Ya da igual si hay cascos homologados o cualquier casco vale. Ya da igual si nadie lleva el casco bien ajustado. Ya da igual. La cosa es tan estridente y tan descabellada que lo importante se ha quedado a un lado. Todo esto estaba dirigido a promocionar y facilitar el uso de la bicicleta como medio de transporte ¿o no?